lunes, 18 de mayo de 2015

Presentación de los textos premiados en los concursos del Departamento de Lengua y Literatura

Incorporamos los textos que fueron galardonados en el concurso literario de 2015 con motivo del Día del Libro.

GANADORA DEL CONCURSO DE NARRATIVA

CATEGORÍA  A





Me desperté de golpe al oír un ruido. Él no estaba a mi lado y pensé en lo peor.
“¿No le he dado las pastillas?, ¿se me habría olvidado dárselas?”
Esas dos preguntas rondaban mi cabeza una y otra vez. Decidí levantarme aunque, si no se ha tomado las pastillas puede ser muy agresivo, pero a mi no me hará daño, creo.
Salí al pasillo y me encontré su peluche favorito. Lo llamaba Escudero. Nunca me ha explicado el porqué de este nombre, pero creo que lo quiere más a él que a mi.
Bajé al salón y lo vi allí, acurrucado, envuelto en una manta roja que huele a mi perfume. Cuando no estoy en casa y él se queda solo con su padre, coge la manta y la abraza.
Me tranquilizó verle así, saber que está bien, que no ha cometido ninguna locura de las suyas.
Cuando está dormido es cuando más precioso me parece. Tiene un pelo rubio platino, unas pestañas largas y una sonrisa de oreja a oreja. Es una de las muchas cosas que admiro de él; a pesar de todo por lo que ha pasado, sonríe siempre, a veces puede llegar a dar hasta miedo.
Decidí despertarle y llevarle a la cama: “puede que aquí coja frío”, pensé.
Me senté a su lado, le acaricié la cara. Él abrió los ojos, sacudiéndose la pereza de sus miembros,  se puso de pie y llamó a Escudero.
¡Escudero, Escudero! ¿Dónde está Escudero, mamá?– me preguntó gritando.
Tranquilo, cariño, está aquí; se te debió caer en el pasillo cuando saliste de la –le dije intentando calmarle.
Se le veía muy asustado, aturdido por el pensamiento de haber perdido su peluche favorito. Cambié de tema automáticamente para que se le quitara esa cara de susto que todavía visualizaba en su rostro.
¿Quieres una taza de Cola Cao? – le pregunté.
Sí, mamá, por favor – me respondió.
Lo cogí en brazos y lo llevé a la cocina. Mientras le preparaba la taza, decidí preguntarle por qué se había ido.
Hugo, ¿por qué te fuiste en mitad de la noche?
– Mamá, lo hice para protegerte; la voz de mi cabeza me decía que,  si no me iba, te acabaría haciendo daño y eso es lo último que quiero en esta vida – me respondió.
Me quedé inmóvil, no podía hablar; esto ya es el límite. La esquizofrenia de este niño va a peor, no puedo frenarlo; mañana mismo  le diré a su padre que tenemos que volver a ir al psiquiatra; esto no puede seguir así.
Después de unos minutos, tal vez una hora (se me fue la noción del tiempo), rompí el silencio  que habitaba en la cocina.
Vete ahora mismo a dormir, mañana tenemos cosas que hacer le dije. Él asintió y sin rechistar se fue.
Esa noche dormir fue misión imposible para mi.  No podía dejar de pensar en lo que me había dicho. ¿Hacer daño a  su madre? Sé que él no es capaz. A veces parece que hace cosas para llamar mi atención porque sabe  que dentro de poco tendré a mi segundo hijo y no centraré toda mi atención en él.
************
A la mañana siguiente me desperté muy temprano, eran las  seis treinta de la mañana o así.  Los amaneceres en medio de Los Ángeles son preciosos.  Al cabo de las dos horas llamé a Hugo, le preparé  el desayuno y la ropa; lo duché y lo vestí. Yo ya estaba preparada, cogí las llaves del coche y lo llevé al colegio.
De vuelta a casa empecé a sentir dolores muy fuertes en la barriga; cada vez iban a más y decidí ir al médico.
Esta señora está de parto! gritaban en el hospital. Solo me dio tiempo a llamar; me dijo él se encargaría de todo.
A las cuatro horas y media desperté; al lado estaban mi marido y mi hijo, Hugo, ambos agarrándome la mano derecha.
Hola dije.
Hola, mi amor contestó mi marido y acto seguido me besó.
Después miré a Hugo. Me miraba con ojos enfadados a la vez que entusiasmados; era difícil saber lo que sentía.
Hola, mamá dijo sin mostrar expresión ninguna.
Dos días después me dieron el alta y pude ir a casa con mi segundo hijo en brazos.  Era precioso: ojos grandes, verdes, con unas pestañas muy largas, cabello castaño y una nariz chata.
Mi marido se tuvo que ir a trabajar. Era su último día, ya que iba a tomarse unas vacaciones para poder estar con mi hijo y conmigo.
Dejé al bebé ¾al que pusimos el nombre de Iván¾ durmiendo en su nueva cuna hecha por el manitas de su padre, arropado con una colcha con su nombre bordado, que hice yo. Hugo, mientras tanto, estaba jugando con su inseparable amigo inanimado, Escudero.
Decidí leer un rato y poder descansar tumbada en el gran sofá del salón que era casi más cómodo que mi cama. Me sobresalté al escuchar un fuerte ruido en la habitación de Iván. “¿Me he quedado dormida?”, me pregunté. A veces que hago preguntas absurdas.
Salté del sofá tirando al suelo el libro que me estaba leyendo. Fui corriendo a la habitación, el bebé no estaba. Me recorrí todas las habitaciones de la casa hasta llegar a la buhardilla. Allí me encontré el peor escenario que una madre se puede encontrar: mi hijo Hugo tirado en el suelo desangrado y mi hijo Iván al lado. Creí que era una pesadilla, pero de esa no podía despertar, pues era la realidad. Llamé a la ambulancia, se lo llevaron al hospital, estuvo tres años en coma; lo daban por perdido.
Cuando un día estaba sentado a su lado leyéndole uno de sus cuentos favoritos, de repente escuché su voz. No me lo podía creer: mi hijo, mi hijo ha vuelto.
Mamá, ¡qué ha pasado? me preguntó adormilado ¿Dónde está Escudero?
Hugo, ¿por qué hiciste esto? le pregunté llorando como si fuera una cría.
¿Qué he hecho, mamá?
¿Por qué intentaste suicidarte, Hugo? ¿por qué?
Mamá, las voces de mi cabeza me decían que matase  a Iván. Me insistían una y otra vez. No pensaba matar a mi hermano y cerca de él era un peligro; no quería hacerle dañome dice bañado en lágrimas.
Oh, no, las voces otra vez.
************
Un mes después Higo salió del hospital. Los psicólogos y psiquiatras decidieron internarlo en un manicomio durante bastante tiempo. Su esquizofrenia empeoró y no era seguro para las personas  que lo rodeaban.
El nueve de abril de mil novecientos noventa y dos fue la última vez que vi a mi hijo.



Elena Chaves Zamora, 3º ESO – A






GANADORA DEL CONCURSO DE POESÍA


CATEGORÍA  A


El  Este sol de la infancia
que deslumbra por la ventana
cualquier mañana de abril.
Era su dulce voz la que me dormía,
sus delicadas manos las que me despertaban
y su tarareo de por las noches era el que me acompañaba.

Fiel amiga y compañera,
madre de enseñanza
capaz de perdonar hasta la más antigua venganza.

Tú, mamá, que cambiaste tu figura por una barriga,
que cambiaste un delineador
de ojos por ojeras,
          que decidiste cambiar constantes
fiestas por trasnoches de llantos.
Tú,  que diste amor sin
nada a cambio.

Te quiero.



Beatriz Iglesias Orellana, 2º ESO – B



GANADORA DEL CONCURSO DE POESÍA

CATEGORÍA  B

 
Ráfagas de cambio

La polución de la urbe se exhibe
formando un cúmulo de densos gases
que no permiten brillar a las estrellas
y que ocultan a la luna bajo su manto.
El sol, con timidez, se asoma ante las nubes
al amanecer.

Los pájaros, con los rimeros rayos del alba,
pían, divertidos, preciosas melodías.
El invierno ha llegado,
haciendo de las suyas en la ciudad.
Las ramas de los árboles están desnudas,
se encuentran escuálidas.
El verde de la hierba de los parques
se ha oscurecido.
Los niños miran al cielo,
con sus caritas tristes,
esperando que la luz del sol
se proclame reina del día.
Sin embargo, este, sol de la infancia,
no se deja ver.
Hay un ambiente denso y pesado
que  no permite respirar con facilidad.
Dos adolescentes se roban besos,
a  escondidas, detrás de un robusto árbol.
Una chica se protege en el regazo de su padre
que le dedica una mirada llena de ternura,
pero perdido en sus pensamientos.
Quizá pensando en los días en que cambiará
sus abrazos por los de otra persona,
con suerte, con la que comparta
el resto de su vida.

El invierno vuelve al poeta místico,
parte del medio que le rodea.
Hace pasar más tiempo conociéndose a uno mismo.
Es época de desamores y añoranzas,
de cafés y recitales de poesía;
de enamorarse.

Y es que el viento del invierno
trae  ráfagas de cambio.





Carmen Sánchez García,    – A

GANADORA DEL CONCURSO DE NARRATIVA

CATEGORÍA  B
 
 Érase una vez un mundo nuevo, bueno, mejor dicho, desconocido. En él habitaba una civilización no muy común en este nuestro mundo. En ella no había maldad alguna, nunca se vio cometer algún acto impuro a nadie jamás. Nadie robó porque todo era de todos, nadie mató porque todos amaban a todos… y así nadie oyó hablar de ética, ni de política, ni de justicia.  No era necesario. Todo eso de la maldad lo aprendían de… esperen, no recuerdo bien el nombre… ¡Ah, sí! ¡Los humanos!
Las lenguas viejas hablaban de ellos vagamente. Muchos dudaban de su existencia, muchos menos Sophie, cuya historia se me antoja apropiada para contar ahora.  Y bien, esta chica tenía tan solo once años. Era una ávida lectora, observadora, y pensadora casi profesional. A ella le apasionaba ese tema de los… Humanos… A ella y a su abuelo, que le gustaba llamar “escudero”, en honor a una de las más famosas novelas humanas, Don Quijote de la Mancha, pero eso, eso es otra historia.
Esta mañana, cuando, sacudiéndose la pereza de sus miembros, se puso en pie y llamó a su escudero, pensó más que nunca en esa civilización  que tanto le apasionaba, puesto que la noche anterior soñó con formar parte de ella.
Escudero, escudero! gritó con angustia. Aun sentía el pecho oprimido y las lágrimas  resbalaban por sus osadas mejillas.
¿Qué es lo que te aflige, querida Sophie?–dijo en cálido tono tratando de consolar a su nieta.
Lo he sentido, abuelo, ¿lo he sentido!
Sophie, querida, no entiendo nada, ¿qué es lo que más has sentido?
La maldad, abuelo, he sentido el mal
¡Pero eso es imposible! Pobre, has debido de pasar mala noche. Te he dicho mil veces que no pienses más en eso.
Su abuelo, Jean-Paul, le miró desesperado, aunque compasivo. No podía pedirle que dejara de hacer aquello de lo que casi dependía su vida. Muchos decían de él que estaba loco, pero nadie nunc arremetió contra él, puesto que todos le querían. Jena-Paul había estudiado a los humanos durante décadas, y llevaba otras tantas dando lecciones en la plaza. Era, como los Humanos decían, un maestro.
¿Por qué, abuelo? ¿Por qué han  tenido que vivir tantos años de esa manera?
Es inexplicable, Sophie,  después de todos nuestros esfuerzos por mandarles señales, ellos seguían negando nuestra existencia, llamándonos fantasmas y tachándonos de “fenómenos paranormales”. Era imposible que se dieran cuenta, vivían en una total  y absoluta oscuridad, encerrados en su burbuja, matándose unos a otros mientras que destruían su propio planeta.
Vivían para trabajar y hacer dinero,  el cual no les servía de mucho una vez muertos… Una pena, ¿no crees?
–Pero, ¿es que acaso nosotros somos mejores que ellos?
Claro que no, Sophie. Siempre habrá alguien mejor que nosotros, alguien en algún lugar en la magnitud del Universo, y ¿por qué no?, alguien mejor que ellos, y ¿por qué no así de manera infinita? Pero, a mi pobre entender, todos tenemos algo en común.
– Pero,  ¿qué?
– ¡Los lazos! Todos tenemos un lazo en los ojos que nos impiden ver más allá, y todos estamos enlazados unos con otros por sentimientos. Enlazados entre nosotros y con nuestro entorno.
– Y ¿cuál es el sentido de vivir, pues?
– No lo sé, lo ignoro. Creo firmemente que todos lo ignoramos. Lo único que sé es que lo mejor es tratar de ser feliz, vivir y dejar vivir, tratar de ser libres…
– ¿Cómo?
– Mira por la ventana, ¿lo ves, Sophie? Es el mundo. Está aquí, siempre lo estará. El cielo es azul, el viento mece las hojas, los pájaros cantan. Es el movimiento de la vida. ¿No es increíble su belleza? Busca siempre esos momentos, esos instantes cuando dudes del sentido de tu vida. Puede que te ayude.  A mi siempre me ha  funcionado. No podemos sabe mucho más…
El lazo…
– Exacto.




Yolanda Gil Guisado, 1º Bachillerato – A








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