PREMIOS LITERARIOS 2018: DEPARTAMENTO DE LENGUA
Como cada 23 de abril, procede el Departamento de Lengua del IES Arroyo Harnina a la entrega de los premios de los diferentes concursos realizados por el Departamento.
Este año se encarga de realizar la entrega don Pedro Rodríguez Vélez.
Se procede primero a la entrega de los Premios de Narrativa en su categoría A y B. Los premios se otorgan, en la categoría A a la alumna Raquel Herrera, DE 2º ESO D, y en la categoría B a la alumna Cándida Chabaud.
El elemento clave de la narración debía recoger una oración del comienzo de Cumbres Borrascosas de Emily Brontë, en homenaje al bicentenario de su nacimiento:"Ese solitario vecino va a inquietarme por más de una causa".
TGANADORA
DEL CONCURSO DE NARRATIVA
CATEGORÍA
A
Raquel Herrera González, 2º ESO – D
Doy
vueltas en la cama como cada noche desde hace un mes y medio. Las
sábanas de coralina se enredan en mi cuerpo dificultando mis
movimientos; la luz verde del reloj digital que hay sobre mi mesita
parpadea en la penumbra de mi dormitorio iluminando levemente la
pared gris que hay tras el cabecero de forja. Entrecierro los ojos
con disgusto cuando los primeros rayos de la mañana se cuelan por mi
ventana, impactando directamente en mi rostro. Retiro las sábanas de
mi cuerpo entre patadas descoordinadas, gruño con frustración
cuando la música de mi nuevo vecino hace vibrar las finas
paredes de mi pequeño piso. Hace un mes y medio, cuando intentaba
abrir la puerta con las manos llenas de bolsas del supermercado,
escuché un ruido extraño en la puerta que hay junto a la mia.
Estaba asustada, ya que desde que la anterior propietaria falleció
hace unos años de un paro cardíaco en su sofá, la casa se había
mantenido vacía. Consideré llamar a la policía, pero el móvil no
tenía batería; pensé en salir huyendo a buscar ayuda y después
pensé en la cara y los pensamientos que tendrían; la palabra “loca”
resaltaba en mayúsculas. Así que dejé todas las bolsas sobre la
encimera de granito que rodea mi pequeña cocina, miré el cajón de
los cuchillos y sin dudarlo cogí el más afilado que había.
Más
vale prevenir ¿no?, pensé guardándolo en el elástico de mis
pantalones. Levanté la mano temblorosa y golpeé un par de veces la
puerta de madera oscura, retrocedí varios pasos con la mano en el
mango de mi cuchillo, el que usaba con frecuencia para cortar los
tomates de la ensalada. El pánico fluyó por mis venas al pensar que
si era un atracador, nada podía hacer con mi cuchillo de tomates.
Entonces, lentamente la puerta se abrió provocando un sonido
desagradable por las bisagras milenarias. Bajé la vista apretando el
agarre de mi arma. Un par de pies grandes enfundados en unos botos
negros aparecieron en mi campo de visión, seguido de unos
pantalones demasiado grandes para su esquelético cuerpo.
¿Quién
eres?
Parpadeé
un par de veces confusa y le miré a la cara, conteniendo la
respiración inconscientemente. Es alto y delgado, una pierna mia son
dos brazos suyos, con los ojos más oscuros que alguna vez me
enfrenté y una palidez escalofriante. No tengo ni idea de cómo lo
conseguí, pero armé una frase de cinco palabras sin tartamudear:
Vivo
ahí, en el 3B señalé,
aparté la mano de mi cadera cuando sus ojos se trasladaron de mi
rostro a mis vaqueros. Temí por ello y me aparté hasta estar a unos
pasos de mi casa.
¿Tienes
miedo? preguntó
con una sonrisa extraña en sus pálidos labios. Detecté diversión
y un tono irónico que solo confundió el pánico con el terror.
No,
solo quiero saber quién eres, pero mejor me marcho.
Cerré
la puerta de mi casa suavemente tratando de demostrar una
tranquilidad demasiado fingida. Me apoyé en la puerta con los ojos
cerrados y por una vez desde que comenzó el día tuve los
pensamientos más claros y realistas.
Ese solitario vecino va a
inquietarme por más de una causa.
En la categoría B con la misma oración de fondo, el trabajo premiado correspondió a Candida. He aquí su relato:
GANADORA
DEL CONCURSO DE NARRATIVA
CATEGORÍA
B
Cándida Chabaud Morillo, 2º Bachillerato – A
Nunca
me gustó vivir en sociedad. Desde pequeño he vivido en el campo,
rodeado de árboles, a kilómetros de cualquier gran ciudad. Es
cierto que aquel internado al que iba desde los tres años me hizo
pasar los momentos más horribles de mi vida (gracias a los niños
que urdían planes maquiavélicos para molestarme y a los que nadie
parecía reprenderles), pero le agradezco a mis padres el haberme
enseñado a vivir solo, y a amar lo único que me amaría a mi: el
bosque.
Cuando
tuve edad y fuerzas para volar, escapé de allí deseando no volver a
pisar aquellas baldosas mugrientas que atestiguaban el precario
estado del edificio.
Esa
noche supe que podría irme sin que nadie se percatase en mucho
tiempo mis
padres solo me mandaban una postal en navidad;
así que empaqueté lo poco que tenía y corrí hacia la frondosa
maleza que parecía abrirse a mi paso a modo de bienvenida.
Cacé, bebí y me acomodé en un
pequeño claro, al que poco a poco fui reconociendo como mi hogar.
Dios sabe que las condiciones
eran inhóspitas, pero había algo (o alguien) que me protegía.
Notaba a diario su cálido abrazo. Este ente, esa alma del bosque me
guardaba acercando una presa cada vez que necesitaba comer, haciendo
que los árboles abrieran sus brazos cerrando el claro y creando una
cubierta que me protegía de viento y lluvia. Me amaba y yo le
correspondía.
El
tiempo era (para mi) relativo, pero puedo asegurar que muchos años
después, cuando la nieve se posó sobre las ramas-techo, como el
merengue que recubría las tartas que solían ofrecer en la recepción
de los padres en verano en el internado y
que era lo único que podía disfrutar esos días,
alguien comenzó a merodear en el bosque. Tras varios días de
ruidos, luces y humaredas cercanas pude ver al hombre que por razones
inciertas había decidido mudarse a mi lado.
Solo
entonces, cuando divisé aquella cara curtida por el sol y la
experiencia, aquella mirada azul que hipnotizaba y aturdía, y esa
sonrisa destruida que en conjunto mostraban un rostro intrigante. Un
fugaz pensamiento cruzó mi cabeza: “ese solitario vecino va a
inquietarme por más de una causa”. Una efímera advertencia que
ignoré al creerme a salvo en las entrañas de mi aliado.
Le
observé mientras pasaban los días; aquel hombre se dejaba ver en
ocasiones. No vivía en el bosque como yo. Iba y venía de algún
lugar cercano a la polis, le delataba su aroma ocasional tan poco
natura a jabón y tabaco.
Algunas noches oía desde mi
claro algún grito que otro, seguido de un hedor a hierro (sangre) y
a carne en putrefacción que duraba varios días. Una de esas,
curioso por saber cuáles eran las prácticas de aquel hombre, me
deslicé entre las sombras creadas por las llamas del fuego que él
cuidaba sobre la maleza. Y allí estaba, delante de la fogata,
manipulando algo a mis espaldas.
Algo
ocurrió; en u mal paso caí al suelo tras él. Esta vez el bosque no
quiso ayudarme. El hombre me miró, no parecía sorprendido, sus
pupilas se habían reducido al máximo lanzando una mirada propia de
alguien enfermo y ansioso; acompañándose de una tenue carcajada
sonrió avanzando hacia mi. Yo, aunque paralizado de terror, estaba
decidido a correr. Me levanté de un salto e hice, sin darme cuenta,
el camino de regreso a mi antiguo internado. Lo hice lleno de
desconcierto: el bosque, mi único amor, me había abandonado, me
había vendido…
Cuando
choque con la entreabierta puerta metálica de aquella vieja
institución, opté por esconderme allí, con la esperanza de que
aquel hombre no me buscaría allende.
El edificio estaba en peores
condiciones que antes. Se oían los ruidos de las ratas arañando
tuberías, y si afinaba más el oído podía percibir a los insectos
buscando comida y casa bajo aquellas baldosas verdecidas por la
humedad.
Me
dirigí inconscientemente hacia mi antiguo cuarto. Algo me decía que
no subiera aquellas escaleras medio derruidas, y que no empujase la
puerta que hace años usaba a diario. Más muerto de miedo que de
asco, avancé por el pasillo donde solía asearme junto a una docena
de niños. Entonces paré en seco. Vi algo que me sobrecogió. Giré
a la par que mi corazón aumentaba exponencialmente sus pulsaciones.
Lo vi. Vi a aquel hombre de piel curtida y ojos azules, ahora con
semblante perdido y atemorizado. Lo vi a través de un espejo que
colgaba frágilmente de aquella pared. Ese hombre era yo.
Y
como en una proyección de películas se activó un mecanismo y en mi
mente hubo una sensación de imágenes que me recordó por qué huí
aquel día del internado. Recordé cómo, harto de los niños que me
habían la vida imposible cogía una navaja de la cocina y los
asesinaba, al igual que acallé con el velo de la muerte a la
institutriz y al cura que acudieron alarmados.
Recordé
que por eso tenía que matar a esos padres de paja que observaba a
veces en la ciudad, para salvar a esos niños; y por eso tenía que
destruir ahora el bosque, mi nueva familia que me traicionó al
hacerme volver aquí. Bajando encontré una caja de fósforos con
alguna cerilla sin mojar. Corrí hacia el bosque y cuando me encontré
en sus adentros le prendí fuego, con aquel hombre, yo, ese maldito
asesino dentro.
Tres días más tarde solo
quedaron cenizas y el alma triste de un pobre niño anhelante de
cariño.
Para el concurso de poesía el punto de partida fue un poema del poeta de la Generación del 27, Gerardo Diego, en el 30º aniversario del año de su fallecimiento. Utilizamos el poema Columpio y estos fueron los mejores resultados:
GANADOR DEL CONCURSO DE
POESÍA
CATEGORÍA A
Ganador:
Ángel Martínez Madera, 3º ESO – A
EL
COLUMPIO SIN FIN
El columpio de la vida
es un ir y venir
como las teclas de un
piano
que casi nunca tiene
fin.
Muchos niños juegan
sin cesar
pero al montar en él
se paran a pensar.
Si me monto y me
olvido
¿cuándo he de acabar?
Muchos de ellos acaban
balanceándose al
compás
en este gran columpio
del nunca acabar.
Levantando las manos, para
intentar coger la luna
como si fuera un
pequeño niño en su propia cuna,
de un lado para otro
sin comienzo y sin fin
balanceo tras
balanceo, llegando a ser feliz
como en las grandes
aventuras del capitán Tintín.
GANADORA DEL CONCURSO DE
POESÍA
CATEGORÍA B
Marta Pérez Pérez, 1º bachillerato - A
SOY
Soy miedo,
soy esperanza,
soy venganza,
soy desvelo.
Sin poseer alas
vuelo,
volando
Nadie me alcanza.
Ligera como el aire
y fría como el hielo,
tapada con un velo
pero desnuda me
anuncio.
Estoy fuera,
estoy dentro,
soy el vaivén
de un columpio.
Para algunos soy
castigo,
para otros, salvación,
mas nadie tiene razón:
me limito a ser
conmigo.
Y aunque lleve a tus
amigos
y ya más no puedan
verte,
no lloréis: vendréis
conmigo.
Soy el fin.
Yo soy la muerte.
En el concurso de marcapáginas que realizaron los alumnos en la biblioteca el Día del Centro, los ganadores han sido:
GANADORA DEL CONCURSO DE MARCAPÁGINAS
CATEGORÍA A
Lucía Álvarez Núñez, 3º - A
GANADORA DEL CONCURSO DE MARCAPÁGINAS
CATEGORÍA B
Silvia del Puerto Velarde, 4º - PRAGE
GANADOR DEL I CONCURSO DE CÓMIC
Se incorpora este curso una nueva categoría de premios, motivada por la inclusión del cómic en nuestros contenidos y por el desarrollo que hemos ido dando a este tipo de textos literarios.
El ganador fue el alumno Marcos Rivero Mesías de 3º ESO A